Las manos de todos los negros arriba y arriba

En la secundaria, tenía una amiga que lograba escribir sus diarios sentada en la Giralda sin convertirse en un lugar común, en otra imitadora de la Maga. Su manera de fumar, sus gustos musicales, sus lecturas, todo lo que se relacionaba con ella era extremadamente cool.
Una vez, mientras íbamos en subte a Plaza Italia, me dijo que a ella jamás se le ocurriría publicar algo, porque no podía concebir que le pudiera interesar a alguien o que, si a alguien le interesaba, ese alguien le caería muy mal.
Hasta ese momento, yo daba por descontado que sería "escritora"; había estado tan centrada en mí, que no había registrado el factor lectores, el factor aceptación. En ese viaje en subte dejé algo de mi candor.
Podía intuir, sin embargo, que corría algo muy depresivo por debajo de la postura ultravanguardista de mi amiga, pero no encontraba palabras para disuadirla o refutarla.
Mi respuesta llegó, finalmente, un par de años después, durante una mañana en que volvía para mi casa desde la suya, por Avenida de Mayo; mirando hacia arriba, reparé en la mujer que adorna la cúpula del edificio de La Prensa, que levanta unas cosas en sus manos, y me agarraron unas ganas incontenibles de imitarla, de erguir los brazos, de caminar sola con los brazos hacia arriba un buen rato, por la vereda sur de Avenida de Mayo a las nueve de la mañana. Lo hice y concédanme que fue como publicarme en una antología de gestos urbanos, inútiles y ridículos.
Cada vez que me quiero librar de pensamientos hostiles, de miradas ajenas que yo misma pongo en mí, me empiezan a hormiguear los brazos.

imagen: acá (gracias al cerebro curioso)

A la bonnard

Dicen que Pierre Bonnard, pintor francés, era tan obsesivo con sus trabajos, que solía meterse en los museos donde sus obras estaban expuestas y las retocaba a espaldas de los vigilantes.
Es el santo patrono de mi permanente trabajo en curso.

peluca y diario íntimo


Mi madre es experta en desmantelar casas de personas que murieron. Ya le tocó desarmar como cinco.
Tiene esa sangre fría de ir y empezar a ver qué sirve, qué no, qué se tira, qué se regala. No la tocan esas reflexiones sobre las rutinas interrumpidas de aquellos objetos, ni mucho menos sobre las rutinas que se interrumpirían el día que alguien elija los objetos de su propia casa.
Es una maestra de "la vida sigue y qué lindo microondas, justo a mí me falta uno" o de comprarse un mantel con flores amarillas a la salida del tribunal en el que acaba de declarar sobre el asesinato de su primer marido.
En la última clasificación de objetos ajenos, encontró una peluca rubia y una carpeta de cartulina que contenía unas hojas sueltas, algunas escritas a mano y otras mecanografiadas entre 1969 y 1975.
Era en la casa del padre de su actual marido. Longevo, su tercer suegro acababa de morir a los 98 años. La madrastra, más joven pero menos longeva, había dejado en un cajón del escritorio un diario íntimo redactado en hojas sueltas y membretadas con la rúbrica oficial de la Junta Nacional de Carnes.
Mi madre se lo trajo para dármelo ("hay que hacer algo con esto, es maravilloso cómo esta mujer se creía una heroína de telenovela"), junto con una mesa para Karina, unas sillas, un modular y el microondas que le hacía falta. La peluca rubia y pajosa imagino que la habrá tirado.

imagen: mao augello ortiz

lecciones de dibujo

eso que me gusta

El silencio es tan importante como las palabras que lo acompañan. En la vida y en los textos, sin un silencio no te viene esa emoción.

Nacho y la percepción de lo real

1. Viajando en auto, mirando hacia adelante, Nacho se pregunta, medio fastidiado: "¿Por qué siempre muestran mi vida? ¿Por qué no muestran OTRA vida?"

2. Diálogo en la cocina.
-- Mamá, ¿esto es la vida real o es un sueño?
-- No estoy segura. ¿Pero para qué querés saberlo?
-- Lo necesito saber porque estoy cansado que me hagan ese sueño que tengo, de que estoy en el juego de Clubpingüin y que tengo una llave para abrir una puerta y voy caminando hasta llegar al lugar del oro, y después llego a un lugar y entonces....

Ya sabe, si no le gusta cómo se ve su vida, favor de dirigirse al editor multimedia que se la organiza...

cuartos

Hace un tiempo, mi madre vino toda alborotada, con una noticia extraña. Habían encontrado un local de la organización Montoneros que había estado literalmente "compartimentado" durante treinta y pico de años (en jerga de la orga, "compartimentación" significa aislamiento estratégico, por seguridad propia y de los compañeros). En aquel entonces, el dueño de la casa había levantado de apuro una pared de ladrillos en el frente y había tapado el acceso al local.
La casa cambió de habitantes varias veces y un día a alguien se le ocurrió tirar esa pared, que no se sabía para qué estaba; según esa noticia traída por mi madre pero que nunca vi en ningún diario, apareció el lugar intacto, con volantes, pancartas, ceniceros cargados, el tarro de yerba, el termo semi vacío.
Tengo dentro de mí muchos cuartos tapiados; cuando me encuentro con una persona de algún pasado, se desparraman los ladrillos y empiezan a salir objetos raros, como nombres que ya no me señalan o algún rasgo que no siento propio, o el aire que respiraba cuando la pared se levantó. Pero lo que busco con más cuidado, mientras voy sacando los papeles del camino, es esa yo que me mira desde algún rincón del cuarto.

ropa

el vecino de arriba fumaba
acodado en la ventana
se veía la lucecita roja
que se ponía más intensa
cuando se movía
no es importante
yo fantaseaba con que alguien
me viera desnuda
tenía ganas de sacarme la ropa
en lugares inadecuados
y el viejo de arriba que
fumaba largamente
callado
y estaba en la ventana
justo enfrente de donde
yo pasé en bombacha
y sin remera
se murió rápido
cáncer de pulmón
qué otra cosa
sentí alivio
y su hija cuarentona
al tiempo nos robó ropa
de la soga en la terraza
la vi con mi vestido rosa
un día que salía
le había cortado las mangas
y me sostuvo la puerta.

límite


"Bueno, pero no bovaricemos", me admonesto a veces cuando me pongo a escribir un diario. Y estamos en el límite, así que paro (porque díganme si autodiagnosticárselo no es una forma tardía de bovarismo).
imagen: acá, con artículo y todo.

noches

"Es que el gorila del laberinto del terror se metió en mi imaginación y no me deja dormir", suele gritar a veces nacho cuando se termina el día, cuando la casa se apaga.

patio

Mientras barro el patio,
la cabeza se me despega
los ojos se nieblan
mis ideas oscilan
se estiran y amontonan
el viento las desarma
se separan dos que estaban
–el perro pasa y me las pisa–
tan pegadas que eran una
se me arman poemas
mientras barro
y me visitan asuntos cósmicos.
La muerte es una cuestión de espacio,
me decía mi padre,
que ahora está muerto,
que ahora es algo que da de comer
a los gusanos que dan de comer a la tierra
con su caca
que da de comer al árbol que da una pera
a una vaca que la agarra y que nosotros
compramos en el supermercado,
en cajas apiladas de vaca, como una biblioteca.
Si no te morís, ocupás lugar:
el mundo se asfixia con tanta gente,
tantas vacas, gusanos y peras.
Recién baldeaba y lo entendí.

imagen recurrente

Es de noche, el pequeño Truman extraña a su madre, joven y hermosa, que salió de juerga (en mi mente, el narrador habla a veces como en las traducciones españolas). Sube las escaleras blancas y abre la puerta del dormitorio de ella; el cobertor de raso está arrugado y hay algunos trajes tirados por el suelo, los que ella se probó y descartó para la ocasión.
El pequeño Truman coge el frasco de perfume de su madre y sin respirar se traga toda la sinécdoque.

Casas

"East Cooker" (fragmento) - T.S. Elliot

En mi principio está mi fin. Las casas
se suceden: se levantan y caen,
se derrumban, se amplían y trasladan
se destruyen, se restauran, ocupa
su lugar el campo abierto, una fábrica,
el camino. Vieja piedra al edificio
nuevo, leña vieja a los nuevos fuegos,
fuegos de antaño a la ceniza
y las cenizas a la tierra, carne
ya, pelo y excremento, hueso de hombre
y bestia, hoja y tallo de maíz.
Las casas viven, mueren: hay un tiempo
para edificar y para la vida
y la generación y un tiempo
para que el viento rompa el vidrio suelto,
sacuda el zócalo por donde trota
el ratón y el andrajoso tapiz
donde tejieron callada leyenda.

Cuatro cuartetos, 1943
Trad. Esteban Pujals Gesalí

mañanas

Todas las mañanas, nacho se levanta y, despeinado, sin hacer pis, va corriendo a mover el cuadradito rojo del calendario. Ahí recién entonces empieza el día.

objetos

¿Te acordás de ese peine verde
de dientes grandes
mascardi en el bolsillo
del pantalón de aquel tipo
con poco pelo
en ese bar que ya cerró?
¿Y del sandwich en el taper celeste
del automovilista atropellado,
que quedó encima del techo
del auto, bajo el sol del mediodía,
cuando se fue la ambulancia?
¿Y de la campera impermeable
negra que colgaba de un gancho
en una pared de mosaicos,
en el primer piso
de una casa demolida
por Constitución?
¿Y de la boleta de empeño
del televisor 20 pulgadas
que encontraste entre los papeles
del entreprener que te había contratado
para que ordenaras el archivo
de su importadora de aparatos
de gimnasia sin esfuerzo?
¿Y de esa pierna que le faltaba
al tipo que corría veloz
y a zancazo único
colectivos que se iban?

Bueno, estuve pensando
si no te parece mal
podríamos desembalarlos
y tenerlos un rato entre los objetos
que nos compramos hace poco.

dolce vita

Una noche, en su última internación, me ofrecí a cuidar a Andrés para relevar un poco a las hermanas y tener en soledad rituales de despedida.
Mientras buscaba algo cómodo en mi ropero, antes de ir al sanatorio, también elegí con cuidado el perfume entre todos los importados remanentes de la década anterior. Usuaria involuntaria y frecuente del poder evocador del olfato (y los sabores, claro), debía elegir el olor que acompañaría: me puse en grandes cantidades el perfume más feo de todos los que tenía, el dolce vita. Sabía que no volvería a usarlo pero que siempre tendría ese puente al alcance de la nariz.

Tapado

Usar ese tapado era
ponerse un lugar común
pero abrigaba y ayudaba
a la conversación.
Al final ya estaba pelado en los bordes
y con mordiscos de polillas.
Se lo pasé a mi hermano,
como quien entrega un legado,
y él volvió a ponerle los botones
en el lugar que corresponde
a los varones: creo que a la derecha
(me cuesta discernir la izquierda y la derecha)
El tapadito pobre, el tapadito exiliado,
el tapado gris del poeta ilustre y militante
que fumaba triste y gris.
Era demasiado literario,
el tapadito, como para volverlo un tema.
Y encima daba vueltas por Corrientes,
él, heredado por Andrés en Roma,
con un paquete de libros
de la firma ilustre.
Luego me lo quedé yo.
Y me quedaba grande.

Bolar

El árbol (Juan Gelman)

De la violenta madrugada
un hombre entra a su casa y el olor de sus hijos
le golpea la cara, los olvidos, la furia,
ahora cierra la puerta con doble llave
y se saca la gente, la ropa con cuidado,
apaga los gritos de la camisa
o los ojos del camarada que brillan en la cárcel
y oye cómo se mueve la ternura en la pieza,
bajo sus ramas dormirá todavía una noche,
bajo sus ramas yacerá cuando caiga.

Gotán, 1962

fui

y esto pesqué.
gracias caro condito, herrero y juan laurentino
(favor de desactivar el ukelele antes de pulsar)

vamos, experimente


rOmper reglas las
poR misma rotura su
sirve sOlamente, sí,
¿o no?

para so li con darlas

pelopincho

me preguntaste qué es el alma
pero ya sabías la respuesta:
es como una máquina grande
en un lugar chiquito,
dijiste.
O cuatro máquinas medianas
con los nombres de las personas que queremos,
en listas hechas de sangre o pintura,
no de papel.
Y el alma está alrededor,
pegada a la piel.

me preguntaste si conocemos algún pobre
o si nosotros somos pobres,
si el abuelo está desnudo
o se fue sin los huesos.
Y si hay alguna pelopincho
ahí donde está él
y si tiene hambre
y si lo vas a ver.













la imagen viene de acá (gracias a the curious brain)

Más libros


Cuando mi hermano Andrés --el primer hijo del segundo matrimonio de mi madre-- salió de la adolescencia, empezó a trabajar en una librería de usados, parecida a la que se llevó a Eva Luna y compañía. Mi hermano también heredó la manía de acumular libros.
Un día, por teléfono, alguien le pidió que fuera a tasar una biblioteca con libros en italiano y en francés, de marxismo, de filosofía, de sindicalismo.
Se nos perdieron tantos objetos por el camino, entre allanamientos, exilio, desexilios, mudanzas, desmembraciones, separaciones, remates y liquidaciones, que le resultó maravilloso intuir y luego confirmar que se trataba de una parte de la biblioteca de su padre.
Pero lo sorprendente no es que efectivamente eran los libros paternos, que habían quedado en el departamento al que aquél había vuelto al separarse de nuestra madre; tampoco que la ex ex esposa hubiera elegido al azar justo esa librería entre todas las de Corrientes para liquidar su herencia, ni que ella no desistiera de cobrárselos cuando se reconocieron mutuamente.
Lo que sorprende del asunto es que él sintiera hacia ella una pena infinita y que la consolara por la pérdida común.
Los libros están a salvo en su biblioteca y lo que menos importa es que sean leídos.

dos de febrero


Han venido unos amigos (fragmento) - Antoni Marí

Es a primera hora de la mañana cuando entro en la habitación.
Veo a mis padres durmiendo. El padre estirado
boca arriba con el pelo sobre la almohada,
y la madre con el brazo izquierdo abrazándolo
y con la cabeza girada hacia él
y con el cuerpo recogido como un ovillo;
un lío de sábanas que apenas dejan ver
la redondez de los cuerpos.
Tan dormidos están que no me oyen entrar en la habitación,
que no está a oscuras pero que todavía conserva
un poco de la tiniebla de la noche que acaba de pasar.
El padre, mientras duerme, deja escapar un silbido
rítmico y acompasado que sigue los movimientos del pecho,
cuando el aire entra lentamente en su cuerpo
y sale lentamente, también.
Me acerco a su rosto y me imagino cómo será
cuando esté muerto. El pensamiento me turba
porque le veo muerto y le recuerdo vivo,
recuerdo sus pasos por el pasillo
y cómo pelaba las naranjas y nos daba
un gajo a cada hijo, sentado a su lado.
Le veo muerto, aunque el silbido me avisa
de que está bien vivo y que enseguida se levantará de la cama,
nos despertará a todos
y saldrá de casa envuelto en el abrigo de cheviot y los zapatos grandes.
Ahora duerme y me gusta mirarlo ahora que no me ve.
Y pienso cómo debe haber llegado aquí, qué pensamientos
y qué sueños deben ocupar su fantasía;
qué miedos, como los míos, desde pequeño
le han perturbado el juicio, incluso ahora,
que es un hombre prudente y grande, pienso.
Siento respirar a mi madre, que suavemente
retira el brazo del pecho del padre:
con los ojos medio cerrados me mira
y ve cómo miro el sueño de su marido.
Me sonríe y me pregunta qué haces aquí,
a estas horas de la mañana.
No tenía sueño, le digo, y me aburría en la cama.
Es pronto, todavía, para levantarse.
Métete en nuestra cama, entre nosotros volveras a coger el sueño.
Doy vuelta a la cama y me meto por el lado donde ella duerme,
y me coloca entre su cuerpo y el de mi padre,
que aún duerme y parece que no ha escuchado nada.
La cama caliente me quita el frío y me acompañan
el calor de sus cuerpos y el trozo de piel
que puedo tocarles, y me duermo enseguida.
(...)
Ahora, que ya hace tiempo que los padres han muerto,
y se han ido a otro sueño, no sé si más lejano,
todavía duermo en el mismo lugar
y se me hace tan presente la apuesta matutina
que vuelvo a sentir el calor de sus brazos,
y las piernas y los movimientos adormilados
de sus cuerpos.
Traducción de Félix Romeo (publicado en Diario de Poesía - nro 81)
Imagen: Edward Hopper, Sun in empty room