Los orígenes son algo que podemos elegir.

origins de Robert Showalter en Vimeo.

la cosa perdida



Un chico que husmeaba el suelo en busca de tapitas para su colección se encuentra un día con un objeto enorme y misterioso que parece estar extraviado; decide hacerse cargo y se lo lleva. Pero no son las cosas las que están perdidas, en realidad.

Este maravilloso corto fue antes un libro; su autor, el australiano Shaun Tan, también dirigió la película.

Pueden descargarla completa aquí (corto más subtítulos)
También vale la pena echarle un vistazo al sitio oficial
¡Gracias, Hernán R., por compartirla!

Villa ilustre y fiel
















En una encrucijada de caminos entre Buenos Aires, Córdoba y Asunción, una ciudad comenzó a formarse sola, indómita, desordenada. Nadie vino y plantó una bota en el barro al grito de: "Acá los fundadores venimos a fundar Rosario", no.
Empezó, a mediados del siglo XVIII, como un conjunto desordenado de ranchos de adobe y paja, alrededor de una capilla pobre, cerca de las barrancas del río Paraná.
Imagino que las carretas pararían allí a descansar y a rezarle a la Virgen del Rosario --porque ese era el nombre de la capilla, que ahora sigue en el mismo lugar pero se convirtió en catedral, con columnas y pórtico neogriego--. Eran alrededor de trescientos los habitantes fijos, que no se iban a pesar de las periódicas inundaciones que arrasaban con todo.
Para mediados del siglo XIX, ya eran tres mil, entre nativos, santafesinos, bonaerenses y algunos extranjeros.
Después de la batalla de Caseros y la victoria del federal Urquiza, se la declaró ciudad. Y su puerto se convirtió en el principal puerto de ultramar de las provincias del interior, ahora que los buques extranjeros podían navegar libremente por los ríos.
Al ritmo del crecimiento económico, también empezaron a llegar los inmigrantes: la población se triplicó en pocos años.

Mientras tanto, los dos modelos de país seguían en lucha, el centralista y el federal. Para evitar nacionalizar sus ingresos aduaneros, Buenos Aires se había constituido en un estado independiente.
Los federales intentaron invadirla en distintas ocasiones. Una vez, las tropas federales salieron desde Rosario; los veo galopando por la Ruta 9, aplastando espinillos, espantando las garzas de los bañados. Pero los seiscientos hombres fueron derrotados en la batalla de El Tala (que debe haberse llevado a cabo a mitad de camino, donde ahora hay una estación de servicio y tomamos un café, cargamos el termo y hacemos pis, cuando vamos a Buenos Aires en auto).

Luego vino la batalla de Pavón (cerca de un arroyo con ese nombre, en Santa Fe) y se terminó la Conderación: los porteños asumieron el mando.
Durante más de diez años, el Congreso insistió varias veces en promover a Rosario como Capital Federal pero los presidentes Mitre y Sarmiento lo vetaron en cada oportunidad. Así Buenos Aires defendía la concentración de poder, así ahora hay tanta gente sofocada allí. Aunque le duele al orgullo rosarino este destino de grandeza frustrado, a mí Rosario me gusta así.
















Nunca entendí bien de batallas argentinas ni de bandos; supongo que es porque hice gran parte de la primaria en un país que no enseña historia en la escuela. En quinto grado, recién llegada a Buenos Aires, tuve que participar de un rito muy solemne, la jura a la bandera --con chicos más pequeños, porque mis compañeros lo habían hecho un año antes--; en ese momento me hice un esquema grosero según el cual los buenos eran los federales, los malos los unitarios, y que me permitió olvidar periódica y sistemáticamente cualquier dato relativo a un bando, a una batalla. Ahora no creo que me olvide dónde fue Pavón y que con ella se terminó la Confederación, sobre todo porque riman.
 

(Fuente consultada: Ciudad de Rosario, Rosario, Editorial Municipal, 2010. 
La primera fotografía, de 1886, es de la bajada de la calle Buenos Aires.
La segunda, sacada por Pablo de Freijo, es de la barranca de Corrientes y el río)

laineg

"sueño con un mundo marcha atrás..."

Paraguay y Tucumán

Mayo, el lindo mayo,
en colectivo por Paraguay
¿quién habrá lastimado
a los sauces de la ribera?

Unas mujeres observan todo
desde la vidriera de un café
ustedes son tan lindas, chicas,
que me quedaría horas
a mirarlas conversar
pero ya cambia el semáforo

ya se aleja el colectivo
y sin embargo me clavo allá atrás
en el cartel de una tintorería
que también hace arreglos de ropa
y arriba dice “se alquila”

suben dos músicos ambulantes
uno toca el bongó
tu me quieres dejar
yo no quiero sufrir
contigo me voy mi santa
aunque me cueste morir
busco en la cartera
dos pesos y las monedas que tengo

me gusta ese balcón selvático
de helechos y potus hacia abajo
y ese otro con el canario
ahí vive alguien solo
o a quien no le gustan las plantas
un perro mira entre barrotes
un nene tira un papel

solía andar por otra calle Tucumán
en otra ciudad
donde no se cruza con Paraguay
como en esta esquina donde me bajo
un miércoles a la tarde
en que hay mosquitos y es otoño.

gracias, guille

Ja!

gracias a mariela mugnani, otra coleccionista de pájaros, que me regaló algunos suyos.

vivir de rentas

Cuando se cansen de mí
las rentas de la niñez
cuando quede tiesa al sol
de tanto balancearme en esa hamaca
desde la que te tirabas al mediterráneo
y cuando se me pongan blancos los ojos
de mirar pañales recortados
contra un cielo prehistórico
de lomas de zamora,
que es probable que nunca haya visto,
cuando se agoten las reservas
de mi banco de imágenes personales
será hora de ir a laburar
en serie, en serio.


Ursonate from Lisa Paclet on Vimeo.

Poesía sonora, se llama este género experimental (como si la poesía en general no lo fuera) que pone toda la fuerza expresiva en la pura sonoridad. Y el poema del video se llama Ursonate (sonata primitiva); fue compuesto en por Kurt Schwitters, un dadaísta alemán.

más sonoridades aquí
(gracias al querido amigo schuff que lo dejó en mi ventana)

Desperate For Love from PSST! on Vimeo.

fábula de la víbora y la lechuza

Un incendio estaba arrasando el bosque y una lechuza que lo sobrevolaba vio una víbora a punto de morir quemada. Se tiró a pique y la puso a salvo en una roca alejada. La víbora, claro, le juró reconocimiento eterno.
La vida fue volviendo poco a poco al bosque quemado. Al tiempo, la víbora decidió que ya era buen momento de comerse todas las crías de los pájaros de la zona; como quería preservar los hijos de su salvadora, se tomó el trabajo de ir a preguntarle a la lechuza cuáles eran sus hijos.
-- Hola, lechuza que me salvaste, te vengo a ver para saber cuáles son tus hijos entre todos los pichones del bosque, porque me los voy a comer a todos salvo los tuyos.
-- Ah, mi amiga sierpe, no vas a tener ningún problema en reconocerlos. Mirá, son los más lindos del bosque. Cuando veas unos muy hermosos, no los comas y chau pinela –dijo la lechuza muy relajada.
La víbora le hizo caso. Devoró huevos y pichones, hizo estragos por todos lados, salvo en el nido donde estaban los más lindos.
Cuando estaba haciendo la digestión, bien gorda y tranquila, llegó la lechuza desencajada, con las plumas hechas un revuelo y los ojos más redondos que nunca.
-- ¿Qué me hiciste, infeliz? ¡Te comiste a mis hijitos! ¡Desagradecida! –maldijo la lechuza.
-- No, mi buena lechu, no. Te hice caso, dejé los más lindos en su nido. ¿Esos amarillos esponjosos que están ahí en el abedul no son tus hijos?
Y no, los hijos de la lechuza no eran amarillos, sino blancos, bastante lampiños; la pelusa apenas les cubría todo el cuerpote desgarbado. A la única que le parecían lindos era a la madre, que ahora lloraba y se arrancaba las plumas de dolor.

Esta es una fábula que me acompaña desde los diez años, cuando agarraba una cuchara como micrófono, orientaba la luz del spot hacia mis contorsiones y mi madre aplaudía diciéndose a sí misma: “¡lechuza, lechuza!”.
La escribí tal como me acuerdo que me la contaron (¡tradición oral!) para que en algún momento la lea mi hijo, que no es ningún lampiño y no se lo comería ninguna víbora que viniera a devorar las crías de Alberdi y alrededores.

más ropa

Solo me queda sacarme la cara,
desatornillarme los brazos
y las piernas
arrancarles después
uno a uno los dedos;
reservarlos aparte,
en la cajita de lata
con el paisaje de flores,
que antes tenía pastillas
y ahora botones
(pueden venir bien alguna vez
unos dedos de repuesto)

después plancharme
soplar mi alma
y que se vaya
vigilar que nada haya quedado
entre los pliegues

es importante
seguir el orden

dejarme luego doblada
en el estante de la ropa
de la otra estación
o de la que ya no me entra.